Sauternes y Barsac:
Los Grandes Crus Clasificados
POR CLAUDE PEYROUTET
Los prestigiosos vinos licorosos de Sauternes nacen a 40 kilómetros al sur de Burdeos, entre la orilla izquierda del río Garona y el inmenso bosque de Landes. Este terreno exigente de aproximadamente 2.200 hectáreas, corresponde a los municipios de Sauternes, Bommes, Fargues, Preignac y Barsac. Todos ellos se benefician de la Denominación de Origen Sauternes (Appellation d’origine contrôlée –AOC-), pero en Barsac los productores tienen la posibilidad de escoger entre esta Denominación y su hermana gemela, la AOC Barsac, establecida además con las mismas reglas de producción.
Tal vez se habrían podido apropiar de su nombre pero jamás de la naturaleza de estos vinos refinados, salidos de rendimientos increíblemente bajos, celosos de su identidad, incluso si hay que pagar un pesado tributo al microclima caprichoso que aporta la famosa pourriture noble (podredumbre noble). Los 26 Grandes Crus de Sauternes y Barsac clasificados en 1855 durante la Exposición Universal de París, son los mejores garantes de la excelencia de esta región. Después de más de 150 años, los sucesivos propietarios, conscientes de sus responsabilidades, han sabido engendrar estos elíxires de alto riesgo y de origen legendario que nos encanta degustar por sí mismos o hacer participar en golosos y a veces sorprendentes maridajes.
Platos y Grandes Crus:
las alianzas epicúreas
Un Gran Cru de Sauternes y Barsac puede ser degustado sólo, dado que su carácter y extravagancia inspiran respeto. Al final de la tarde, cuando los inviernos en Inglaterra, Suecia o Alemania, se hacen más fríos, pero también en el verano, junto a la glorieta o al quiosco en el jardín, después de haber practicado agradables ejercicios.
Ciertos pesimistas murmuran que esta es la única forma de apreciar estos grandes vinos licorosos y que su extrema suavidad los volvería rebeldes a la mayor parte de las alianzas. En nuestros días esta creencia engañosa, que parece más un prejuicio, ha sido vencida por gran número de aficionados fieles y de Chefs creativos. Eso no significa recomendar no importa qué, sino buscar acuerdos basados en una fisiología del gusto, es decir, sobre el conocimiento de tradiciones culinarias exóticas que, después de siglos, han procurado las armonías entre las especias (condimentos) y los azucares, la carne de un ave de corral y el dulce aterciopelado de un vino, los cereales y las frutas, la almendra y la naranja amarga. Se destacan dos grandes tipos de acuerdos: por contraste, cuando los elementos del plato y del vino se oponen en una dialéctica de placer, y por armonía complementaria, cuando se juntan elementos de la misma naturaleza, azúcar más azúcar, fruta más fruta. En ambos casos, cada ingrediente participa de la sinergia.
Para comenzar una comida, un melón, por su frescor afrutado, habitualmente convida un Gran Cru. La fruta se destaca y el vino se magnifica con un socio, en resumen modesto. Este acuerdo es clásico y reposado. Con el foie gras, la excepción parece confirmar la regla puesto que, normalmente lo graso llama la acidez de un vino blanco seco que compense. Pero tanto si el hígado es servido frío o tibio, sólo o con uvas y manzanas, se le acompaña con mucho agrado con un licoroso. El riesgo es entonces la temible adición: graso + graso. Si está alianza también es extraordinaria, es porque el azúcar del vino y la sal del hígado, presentes pero sin ostentación, aceptan esta tranquila oposición. Al mismo tiempo, la acidez del vino, apenas perceptible pero en realidad muy presente, es valorizada por la sal y lo graso del hígado. En breve, el maridaje se hace “al estilo chino”: sal + azúcar + ácido + grasa! En ciertos casos, el delicado amargo del vino responde al del hígado, sobre todo si ha añejado moderadamente.
El ejemplo del foie gras animó a los gourmets. Pruebe un Sauternes con un quiche, del cual las notas ahumadas se unirán con los olores empireumáticos (azúcar quemado, humo, alquitrán, yodo) del vino, o también las brochetas de lucio (pez) en salsa nantua (camarón, crema y mantequilla). Será muy convincente!, con la condición de que la combinación sea condimentada y requiera una preparación refinada que excluya la parrilla. El bogavante, el cangrejo de mar y de río, o los langostinos, pueden magnificar un muy añejo Barsac o un Sauternes.
Déjese también tentar por un pastel de hojaldre con mejillones. Y los ravioles de ostras al curry, las vieiras (coquilles Saint-Jacques) en endibias deshilachadas, y la molleja que elaboran algunos grandes Chefs girondinos, requieren también un Gran Cru de edad respetable.
La oferta es espléndida. En la última década, las cocinas de Francia y de otras partes rehabilitaron los acuerdos de pescados con vinos de Sauternes y Barsac. La condición es que los pescados no sean grasos, que se les cocine en salsa muselina, holandesa, normanda, americana, y que se sepan emplear las especias. Para esos encuentros delicados, los pescados nobles como el lenguado, el rodaballo, el rape y la lubina, son maravillosos.
Con las aves, el vino rojo puede parecer evidente. Sin embargo, en Sauternes se sabe después de largo tiempo que un vino licoroso acuerda muy bien en boca con un pollo simple o con un pollo al ajo, porque los dientes de ajo, literalmente encurtidos en la grasa del ave, resaltan los sabores debido a la podredumbre noble. La carne de las aves es con frecuencia magra a pesar de la untuosidad que le da la cocción. Tiene entonces vocación al maridaje con un vino blanco bien estructurado, de buen cuerpo y muy finamente aromatizado. Con mayor razón, las aves cocinadas a la manera china o según la cocción cajun de Nueva Orleáns, tendrán mejor afinidad. A un nivel más alto hay que probar la poularde en vessie (gallina en vejiga de cerdo) ligeramente trufada o el canard aux fruits (pato a las frutas) con cerezas, melocotón, uvas o a la naranja. Es un deleite. En cuanto a los filetes magros de pechuga (magrets), los sabores de los champiñones (setas), de la trufa discreta, de la crema de ajo o del foie gras que se les asocie, se acomodarán a un vino licoroso. Pero el magret se cocina también con cerezas, con peras o…al Sauternes. Como la carne blanca llama el vino blanco, hay que desafiar las prohibiciones y aprovechando los platos valorizados por los nuevos cocineros, atreverse a degustar un Sauternes o un Barsac con algunas de esas preparaciones de carnes blancas. Con el cerdo no hay ningún problema si es cocido con frutas o si se beneficia de las recetas asiáticas: las especias, las frutas, todos los sabores confitados preparan las papilas para los maridajes. En similares condiciones, la carne de becerro conviene por analogía de sabores o contrastes suaves. Las legumbres (verduras) tienen evidentemente su parte. Las cocinas vegetarianas las practican con gusto en versiones casi confitadas -el calabacín y la berenjena se prestan de maravilla- o asociadas a los cereales y a los quesos. ¿Por qué no ensayar los licorosos jóvenes?.
El regreso al clasicismo se da con los quesos a pate persillée (de pasta aliñada y con moho) como el queso azul o el roquefort. Estos, que contienen los cuatro sabores básicos, se acoplan suntuosamente con los Grandes Crus licorosos. Pero se olvida con frecuencia otras armonías: con el queso maroilles o el munster, cuyas cortezas son afinadas para realzar los sabores, o con los quesos de oveja de Francia y de otros países. Una ventaja con estos maridajes con queso es que la botella abierta puede garantizar la continuación, es decir, los postres. Pero no cualquier postre. Hay que escoger frutas ligeramente ácidas como las fresas, o las que uno emplea en agradables ensaladas como los pequeños frutos rojos, el kiwi, la naranja y otros. Según esa misma lógica, se apreciarán los Grandes Crus con la mayoría de tartas de frutas de temporada como la Tatin (de manzanas caramelizadas) o la Bourdaloue (de peras y almendras). Al chocolate hay que hacerle la guerra pero hay lugar para la pastelería seca, de preferencia almendrada. Y más humildemente, apreciemos ese Cru con las crepas, los barquillos o los panes dulces.
Claude PEYROUTET.
Durante mucho tiempo profesor del Liceo vitícola de Bourdeos-Blanquefort, Claude PEYROUTET, el autor de este texto, es también un escritor sobre la viña y los vinos, apasionado por el Sauternes. Es autor de “El Libro del Vino” y “El Gran Libro de Burdeos” de las ediciones Solar, de “Los vinos blancos” con la editorial Bordas, y bajo el seudónimo simbólico de Claude Carmenere, de “Los vinos de Francia” de la editorial Nathan.